El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, visitó Washington para entrevistarse con su par de la Casa Blanca.
Muy significativo el momento. El líder judío lo hace solo un poco después de la primer ministra británica, Teresa May.
Ambos mandatarios llegaron en exclusivo orden de primacía a ver al nuevo jerarca de la avenida Pennsylvania.
Netanyahu y Trump tuvieron una conferencia conjunta de prensa. El israelí planteó su posición firme e hizo gala de su correctísimo y pulido inglés; Trump, con expresiones folclóricas y peyorativas hacían los periodistas, se enfocó en anécdotas alejadas de los asuntos de Estado.
Mientras el anfitrión se enredaba diciendo que él podía convivir con uno o dos Estados, el visitante subrayaba las dos condiciones para que haya paz: “Que se reconozca al Estado Israelí; y que sea Israel quien mantenga un control de la seguridad en territorio palestino”.
La primera premisa es bastante aceptable para un significativo sector de los palestinos moderados; pero la segunda no les parece así, pues arguyen ellos si deben coexistir dos Estados yuxtapuestos, estos deben tener igual soberanía plena.
El argumento de la política exterior israelí sostiene que mientras los palestinos sigan predicando el odio y la intención de hacer desaparecer a Israel, los judíos tienen que cuidarse de que sus vecinos no les sigan dando albergue a los terroristas de Hamas o Hezbollah. Por tanto, no puede haber un acuerdo con quienes quieren destruirles. Ello es contrario a la sensatez que debe primar en el derecho internacional. A la vez que la sobrevivencia de su Estado y plena seguridad constituyen la raison d´être política y jurídica.
Por su parte, los palestinos quieren un Estado con plenos derechos e independencia: reconocido internacionalmente, con un gobierno electo por ellos mismos para que haga lo que les convenga más, y que puedan tener una política exterior propia y una soberanía total en sus decisiones y territorio.
El problema es que los dos tienen un punto de contención: la soberanía plena que desean los palestinos desde hace más de 70 años los judíos no la quieren reconocer, pues sería una puerta abierta para que grupos terroristas antijudíos lleguen, se instalen y comiencen a tirarles cohetes.
En este punto nadie quiere ceder. Más bien se ensombrecen las perspectivas. Además, que los israelíes quieren mantener su control militar sobre los territorios occidentales del Golán y los asentamientos en la franja de Gaza, donde incluso Washington ha insistido que la diplomacia israelí debe ser más flexible. A la vez que los invita a detener la construcción de viviendas para judíos en territorios tomados como botín de guerra hace más 40 años.
Ambos tienen un interés encontrado. Así, para la diplomacia este trabajo se hace más difícil. Es válido el reclamo palestino: nadie los puede desarraigar; y válida también la preocupación israelí: no pueden dejar la puerta abierta para que, impunemente, los terroristas los agredan.
Por otro lado, la cuestión de la seguridad que tanto preocupa a Israel (¡uno de los países más acosados y atacados!), no es gratuita. Al ser Israel aliado de Estados Unidos, esto le convierte en objetivo militar de sus vecinos musulmanes.
Pero ha habido frutos en esta difícil y larga disputa: la posición de Washington ha tenido un giro favorable para los palestinos, a partir de los ataques de las torres gemelas en 2001; y los judíos han logrado entenderse con Jordania y Egipto, vecinos árabes de Israel.
¿Qué más puede acontecer, si la guerra siria puso al mundo al borde de una hecatombe? Y todavía sigue siendo un conflicto abierto y de ramificaciones extensibles. ¿Típico Estado fallido?
Si los palestinos no se arrancan el odio que sienten por Israel, y los israelitas no separan el asunto palestino de la ecuación mayor en esa región (árabes=terroristas=enemigos a muerte), nunca se logrará la paz.
La gente es más proclive a la guerra porque es una postura más fácil: se juntan argumentos y emoción; mientras que para la paz se requiere solo ceder. Y ceder es un acto espiritual de supremo desprendimiento.
Netanyahu lo dejó claro. El camino diplomático se alargará. Consecuencia: esto fomentará mayores acciones terroristas.
¿Qué se puede hacer?
1)Impulsar la figura de Estados-mancomunitarios; 2) ejercer una diplomacia multilateral que vea cada asunto separadamente; 3) involucrar a los actores regionales (¡tristemente, todos anti-judíos!), a buscar un solo objetivo: la paz, no la destrucción de Israel; 4) que China, UE, EUA, Rusia, Japón se involucren para que los acuerdos se respeten y cumplan.