La obra poética de Ernesto Mejía Sánchez presenta varios problemas interpretativos, por ejemplo de jerarquización entre varios poemarios que aparecen como obra unificada y total en “Recolección a mediodía” (especialmente la edición nicaragüense de 1985). Con jerarquización me refiero a la posibilidad de marcar puntos notables, caracterizando, a la vez, momentos específicos de desarrollo, mixtura y definición.
Otro problema fundamental es la ubicación geocultural de Mejía, más un sujeto hispanoamericano que recortadamente nacional, certeza que merece discusión entre otras cosas porque a Mejía se le puede ubicar en la larga tradición de exilio y de peregrinaje excéntrico de autores centroamericanos que se remonta, al menos, al modernismo. Solo para mencionar a autores cercanos al momento posvanguardista se puede recordar a Luis Cardoza y Aragón, Augusto Monterroso, Yolando Oreamuno o Eunice Odio, todos vinculados, como Mejía Sánchez, a un exilio o relocalización mexicana. Hasta donde sé, este grupo de autores exiliados y excéntricos a los discursos nacionales centroamericanos no ha sido estudiado de forma unificada, en toda la fenomenología cultural que implican.
Pero, aparte de ese eventual estudio de grupo, me gustaría reflexionar, más bien, sobre las posibilidades de jerarquizar los poemarios de Mejía Sánchez incluidos en “Recolección a mediodía”, principalmente, los poemarios que alcanzan hasta los años de 1950, más o menos, cuando el poema en prosa no se ha hecho todavía una demanda predominante para Mejía.
Creo que incluso ese momento que podríamos llamar de diálogo, cuestionamiento y penetración en la cuestión de la pureza poética (descubierta precisamente, y como es esperable, como impureza), no puede separarse de la cuestión del exilio, y ante todo del cuestionamiento de la filiación nacional. En Mejía, como probablemente todo el grupo de centroamericanos relocalizados en México, la cuestión de la nación es un asunto a la vez revulsivo y creativo, de intensidades contradictorias y casi nunca una mera referencia melancólica (mucho menos folclórica, y, por supuesto, nunca oficialista).
En el caso de Mejía es notable cómo la cuestión nacional confluye en la cuestión filiativa, ahí donde el exilio implica el rompimiento con genealogías culturales y familias imaginarias (pues si, como dice Anderson, la nación es comunidad imaginada, muchas veces es imaginada precisamente como familia y particularmente entre escritores y poetas). Por estudios como los de Edward Said o Peter Sloterdijk sabemos la fuerza conformadora de la modernidad que tienen las cuestiones relacionadas de filiación y afiliación. De hecho, Sloterdijk acentúa la importancia de los momentos de vacío, de rompimiento de continuidad entre genealogías, de insurgencia de bastardías de creadores e hijos de su propio destino que van a incidir en poderes culturales y políticos (Sloterdijk, 2015). Entre vanguardia y posvanguardia hispanoamericana podría marcarse uno de esos vacíos y rompimientos, sin despreciar el énfasis que se pone entre algunos comentadores (por ejemplo, Octavio Paz o Fina García Marruz) en las continuidades más que en las fracturas.
Lo que se ve agravado, en el caso centroamericano, por las dictaduras y el autoritarismo político, y, sin duda, la connivencia, como es el caso nicaragüense, de letrados con el poder dictatorial. De ahí el tono enfático de acusación y rompimiento familiar y genealógico que la poesía de Vela de la espada muestra. Solo para citar lo más evidente, del poema “El extranjero” fechado en 1955:
Estuve entre los míos y los míos no me conocieron
procuraron borrarme y oscurecerme, me quisieron
negar el breve amor del mundo, el corazón libre
y abundoso. Familia, yo os odio, como al espejo
que me refleja deforme o engañado. Familia:
vuestra felicidad está hecha de halago y de silencio,
dulzura y cobardía (…) (Recolección 111)
Para volver a las líneas esbozadas anteriormente, se podría decir que los ciclos de poesía posvanguardista de Mejía Sánchez, particularmente en los años de 1950, aparecen entrelazados con la cuestión ambivalente del relato nacional y particularmente la cuestión cultural del exilio. Podría suponerse que la plena madurez del proyecto poético de Mejía aparece ya en La impureza (1951), pico, marca, eslabón principal en torno al cual podría giran los poemarios primigenios y (algunos de) los posteriores.
Sin embargo, existe otro problema interpretativo y relacionado con esa jerarquización.
Hay en Recolección a mediodía poemarios o grupos de poemas que presentan una asociación más temática que temporal. Caso, por ejemplo, del ya mencionado Vela de la espada que recoge poemas datados entre 1951 y 1960. Estos poemas definen, sin embargo, líneas fundamentales para una eventual interpretación cabal de la poesía de Mejía Sánchez. En el caso particular de “Vela de la espada” se trata de la cuestión política antidictatorial y quizás más fundamentalmente la cuestión del exilio. Tenemos, pues, que si en la línea horizontal-temporal de la recolección se puede leer una maduración existencial y literaria que tiende a La impureza (justamente el título del poemario de 1951), además existen líneas temáticas verticales que contribuyen a una cadena de resonancias, una constante reordenación de sentidos. Por otra parte, no debe dejarse del lado la implicación que a la excentricidad del centroamericano traen las Contemplaciones europeas (1957) de Mejía, un razonamiento muy complejo de la representación que en otra ocasión (en Márgenes recorridos) referí al barroco hispanoamericano (línea de investigación que creo todavía tendría algo que ofrecer). La subjetividad contradictoria que asociamos con el autor Mejía Sánchez ofrece así al medio complejo de la posvanguardia una profunda reflexión sobre la cuestión de la pureza literaria que va aparejada a un no menos profundo cuestionamiento sobre la cuestión de la representación (en torno sobre todo a figuras e imágenes europeas, comprendiendo su posicionalidad geocultural como hispanoamericano), y asumiendo, además, una política contestataria, antidictatorial que implica el rompimiento de líneas genealógicas y de filiación cultural.
De forma que lo que sería una década fulgurante para la poesía de Mejía, los años 50, que coincide con la redefinición de la vanguardia en América Latina (que pasa a llamarse para algunos o muchos posvanguardia), se articula en consonancia (o disonancia) una situación de exilio y una enunciación de peregrinaje existencial, ambos marcados por una sabiduría hispanoamericana evidente. Digo que las “relaciones literarias” que Mejía conocía profundamente, contribuyen a dar un marco significativo a esa situación de sujeto separado o, al menos distanciado, de lo nacional.
La intención política de Vela de la espada se hace mucho más notable cuando, por ejemplo, la figura del ángel adquiere resonancias históricas revulsivas. Si el ángel como símbolo cruza la poética de la impureza, en el poema “Los Somoza” se politiza para modelar la ética de la escritura (se podría decir que, guardando las distancias, el ángel es para Mejía lo que el cisne para Darío). Así, cuando acuden las figuras de Sandino y Rigoberto López Pérez al poema, como “ángeles exterminadores” (en el poema “Los Somoza”, Recolección 115), el poeta identifica una función destructora antidictatorial en la escritura (en efecto, el poeta afirma, ibid., que su mano estuvo señalando el rumbo de las balas que mataron al dictador). Sin embargo, lejos está Mejía de la afiliación antiintelectual que se popularizará en América Latina a partir de los años de 1960 (como ha estudiado, entre otros, Claudia Gilman). Todo lo contrario, la condena a los poetas oficialistas y cómodos, y la buscada interrelación con el guerrero antidictatorial, se combina con una enfática defensa de la libertad de expresión, e incluso una especie de temor atávico al modelo revolucionario. Precisamente el poema “Libertad de pensamiento” que cierra “Vela de la espada” establece una conexión entre los modelos de represión intelectual de la Inquisición y el estalinismo. Creo que, por eso, las criaturas angélicas de Mejía no atraviesan tan exitosamente el traslado de los parajes inmanentes de la impureza al crudo páramo de la política.
Aun así, la negociación entre pureza, representación y política de la poesía (y posteriormente incluso política identitaria nacionalista) es uno de los elementos fundacionales que seguirán redundando en el resto de la obra poética de Mejía. Las criaturas míticas del ángel o el poeta, a veces interrelacionadas, son figuras que contradicen la filiación convencional, o apuntan a un rompimiento de la genealogía. Desde el primigenio ensalmo 11, el género del poeta es ambiguo, indicado por la mudez de la madre, a quien parece arrebatársele la palabra: pues “nacerá un poeta” (Recolección 25). Los juegos impuros de Tamar y Amón, de epitalamios, pavanas, valles, desvelos, madonas y ruinas europeas, van a establecer los espacios de inmanencia de nacimiento o emergencia del poeta, cuya bastardía reluciente quedará establecida en la coyuntura que cierran La impureza y “Contemplaciones europeas”.
Será sobre todo a través del poema en prosa—principalmente un poema en prosa signado por la ironía—que Mejía Sánchez desestabilizará en cierto sentido esa construcción de (im)pureza literaria.
Quisiera por eso agregar algunas observaciones sobre la relación entre lo que en un artículo de 1966, Mejía llamó las “relaciones literarias” y los poemas en prosa. De hecho, una sección significativa de Recolección a mediodía está constituida por las “Estelas/homenajes” (1947-1982). Se trata de los poemas con que Mejía conmemora, homenajea o dice adiós a una serie de autores y amigos que de hecho van a constituir una red de afiliación mediatizada, hay que enfatizarlo, por los trabajos filológicos del poeta. Como explica Said, en la modernidad, el típico rompimiento de la filiación conlleva una recomposición a través de la afiliación. Se podría proponer que los ángeles de Mejía como nueva cadena de filiación será poco a poco sustituida por la red homosocial de los homenajeados por las “Estelas/homenajes”. En un poema de la serie del “Cuaderno de Nebraska”, Mejía ironizaba la tensión entre dos oficios: “Algún día sabremos si no perdí la virtud por ejercer la filología, como deseaban mis amigos…” (Recolección 146). La virtud inmanente de la poesía se contraponía irónicamente al ejercicio del trabajo filológico. Mejía sabe, sin embargo, que no hay contradicción posible entre ambos campos. De hecho al invocar la virtud apunta a una significación amplia en que el vocablo abarca la cuestión ética junto a la estética, la cuestión del sujeto secularizado en la tradición renacentista junto con la cuestión de la comunidad (imaginada esta vez como comunidad de pares masculinos imantados por la poesía, la literatura, el diletantismo o la filología).
En la conclusión del artículo sobre las “relaciones literarias”, antes citado, Mejía describe parte de la estrategia de estudio:
Instalar vasos comunicantes en el ámbito histórico y geográfico, a través de la literatura o de las ideas, a la vez que ofrece nuevas perspectivas a la crítica y a otras disciplinas puramente literarias, ayuda efectivamente a fijar simpatías y diferencias americanas.
Simpatías de lo común entre nosotros y el mundo; diferencias entre el mundo y nosotros. (“Relaciones literarias” 210)
Así como en su artículo, Mejía va a hacer notar que a veces la búsqueda de relaciones literarias implica la novelización junto al descubrimiento de elementos de demostración, abriéndose un terreno de permanente plasticidad, así también el poema en prosa será, en sus manos, texto a medias narrativo, embebido por las “simpatías y diferencias americanas”, e irónicamente para-filológico (interregno de la novelización y la demostración científica).
Conclusión
Quisiera concluir reafirmando que si bien Recolección a mediodía presenta la unidad de obra poética de un escritor hispanoamericano fundamental para la coyuntura posvanguardista, resulta pertinente establecer las colisiones, contradicciones y transformaciones de su discurso. En este caso, he observado cómo la generación de pureza y ángeles de una primera gran etapa de la poesía de Mejía, pasa a colocarse en una forma política muy compleja, antidictatorial pero que está meditada a partir de un duelo (en los varios sentidos del término) por la representación. Por último, he observado que la heterogeneidad del discurso en el poema en prosa de Mejía reconstruye una red afiliativa homosocial. El discurso de los poemas en prosa admite la descentralización de la pureza, y hace aparecer en el centro las preocupaciones parafilológicas tanto de conocimiento como de interpretación, pero armonizadas con un tono irónico fundamental.
Bibliografía
Gilman, Claudia (2003).Entre la pluma y el fusil: debates y dilemas del escritor revolucionario en América Latina. Buenos Aires: Siglo XXI.
Mejía Sánchez, Ernesto. “Las relaciones literarias”. Revista Iberoamericana. 62 (julio-dic 1966), pp. 193-210.
Mejía Sánchez, Ernesto (1985).Recolección a mediodía. Managua: Nueva Nicaragua.
Said, Edward (2013). El mundo, el texto y el crítico. Madrid: Peguin, Radom House.
Sloterdijk, Peter (2015). Los hijos terribles de la modernidad. Madrid: Siruela.