Venezuela está semiparalizada. Disturbios que dejan al menos 89 muertos, vías cerradas, estudiantes sin clases, comercios vacíos y ladrones que aprovechan el caos marcan la cotidianidad en tres meses de protestas contra el presidente Nicolás Maduro.
El Observatorio de Conflictividad Social (OVCS) contabiliza unas 2,700 manifestaciones desde el 1 de abril, lo que complica aún más a una población que ya lidia con la falta de alimentos y medicinas, la inflación y la criminalidad.
Aquí algunos testimonios:
En la ruina
"Se llevaron absolutamente todo", cuenta con desazón Ricardo Rivas, dueño de una carnicería saqueada la noche del 16 de mayo en San Cristóbal (estado Táchira, oeste), junto con otros 20 comercios.
Visitaba a su madre cuando lo telefonearon para decirle que hombres armados destrozaron, en hora y media, el esfuerzo de años.
Se llevaron toda la carne y también cuchillos, molinos, cámaras, computadoras. Solo quedaron las neveras.
"Me provocó cerrar e irme, pero soy de los que cree que uno debe quedarse y luchar", dijo el comerciante de 29 años, quien puso en venta su camioneta y despidió a la mitad de los empleados para mantenerse a flote.
En los dos primeros meses de manifestaciones se registraron 157 saqueos o intentos de saqueo, según el OVCS. La cifra sigue aumentando y agrava la escasez.
Venezuela perdió el 70% de sus empresas en la última década y las que quedan funcionan al 30% de su capacidad, según la patronal Fedecámaras.
Menos clientes, menos pan:
Desde su panadería, Daniel Dacosta ve a encapuchados listos para una nueva batalla campal con policías y militares en Altamira, sector acomodado de Caracas con constantes disturbios. Cerró una vez más.
Las protestas empeoraron el desabastecimiento de harina, obligando a este portugués de 64 años a despedir a dos trabajadores y reducir horarios. El negocio funciona al 50%.
"Los clientes no llegan, la situación es explosiva", sostiene. La "gente tiene miedo a salir por las bombas lacrimógenas y los malandros" que pescan en río revuelto.
María Carolina Uzcátegui, presidenta de la gremial Consecomercio, dijo a la AFP que las pérdidas son "cuantiosas", pues las manifestaciones afectan a los principales centros empresariales y financieros.
Si la tensión se mantiene hasta el último trimestre, el PIB se contraería 9% en 2017 frente a una previsión original de -4,3%, indicó a la AFP Asdrúbal Oliveros, director de la consultora Ecoanalítica.
Pero "hay que seguir pa'lante", afirma Dacosta.
Frenazo en seco
Jean Carlo Ponce debe ingeniárselas para esquivar trancas y barricadas con su taxi. Los días de manifestaciones la clientela disminuye y queda hasta dos horas parado.
"Cuando termina la protesta, todo el mundo se va y uno queda a la deriva, entonces es mejor no seguir aquí a riesgo de que le roben a uno el carro o la plata", cuenta.
"Tratamos de irnos a zonas donde no haya riesgo de que nos quemen el taxi", sostiene Jean Carlo. Solo una llanta cuesta lo que gana en un mes.
Durante las movilizaciones cierran hasta 30 estaciones del metro, pero no se beneficia. El servicio, lamenta, es impagable para la mayoría por la inflación, que el FMI proyecta en 720% para 2017.
Según la ONG Cenda, una familia necesita siete ingresos mínimos para cubrir la canasta básica. El gobierno atribuye la debacle a una "guerra económica" para derrocarlo.
Aulas vacías
Estudiante de idiomas en una de las principales universidades privadas, Laura Doffiny pierde semanalmente hasta tres días de clases ante la imposibilidad de movilizarse. Algunos profesores optaron por sesiones virtuales y sabatinas.
"Debería tener 10 clases presenciales a la semana y termino teniendo tres o cuatro", dice la joven de 21 años.
Además, la universidad declaró tres días de duelo tras la muerte de su estudiante Juan Pernalete en abril en una protesta, y los exámenes se retrasaron.
"Hay una materia -de cinco- en la que no he tenido ni una clase", comenta Laura, quien admite que la calidad desmejora.
Si no tiene clase, va a manifestar. A veces las evaluaciones coinciden con las protestas y, a regañadientes, cumple el deber académico.
Algunos alumnos discuten con los profesores y entre sí. "Venezuela necesita profesionales, no mártires", señala una pancarta en su universidad.