Quien usa una máscara puede transformarse en otro. Esta puede servir para intimidar, para asustar y como una especie de advertencia o premonición, como el caso de las máscaras del diablo o las del travestismo en el Baile de Negras. La máscara disfraza, oculta y revela la identidad de quien la usa.
Unas 83 máscaras de madera forman parte de los tesoros resguardados y nunca expuestos por el Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica (Inhca). Elaboradas entre los siglos XVIII y XX por las manos de artesanos indígenas y mestizos, representan los rostros de diablos, viejos, gigantes y güegüenses. Nos hablan de la riqueza y diversidad cultural de los bailes, tradiciones y festividades populares que existieron en Nicaragua y en Latinoamérica.
“Esta colección es una de las más grandes que hay en Nicaragua sin duda alguna, posiblemente hayan otros coleccionistas de máscaras, pero son colecciones particulares (…). Buena parte de las máscaras fueron elaboradas a finales del siglo XIX, sin embargo, hay otras más antiguas que se supo de su antigüedad por el tipo de madera y las capas de pintura que tienen encima, hay muchas que tienen capas sobrepuestas que son a base de plomo, que era utilizado a finales del siglo XIX”, explicó Margarita Vannini, directora del Ihnca, UCA.
Dichas máscaras fueron restauradas con la colaboración del Instituto Valenciano de Conservación y Restauración de Bienes Culturales (Ivacor) en Valencia, España en 2010. En conjunto publicaron un año más tarde el libro “Máscaras: La colección del Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica”.
“Lo cierto es que cuando se está usando la máscara, se produce una pérdida de la personalidad propia, para adquirir una nueva que corresponde al sentido y significado de la máscara (…). La máscara encarna un cambio de identidad del usuario. La máscara representa camuflaje, intimidación, mimetismo, disfraz, ocultamiento, transformación, la máscara disfraza, oculta y revela la identidad de quien la usa”, se indica en el libro.
En el mismo se destaca que “la función de la máscara es esencialmente transformarse en otro siendo uno mismo; el semblante de la máscara puede servir para intimidar, asustar, alejarse, como una especie de advertencia o premonición, como el caso de las máscaras del diablo o las del travestismo en el baile de Negras”.
En la portada del libro está retratada la máscara de El Toro Huaco, una de las tantas restauradas, la cual de acuerdo con las investigaciones, está hecha de caoba policromada conservando aún la pintura rosada de sus mejillas, la roja de sus labios y casi que intacto el dorado de sus bigotes, sin embargo perdió una parte de la frente, la que quiso mantenerse de esa manera para no afectar su forma original.
El baile de El Toro Huaco se presenta en las fiestas en honor a San Sebastián en Diriamba, en enero. La celebración dura ocho días y las máscaras utilizadas representan el sometimiento racial. El baile empieza con un grupo de hombres con enormes sombreros y trajes coloridos que bailan y golpean con fuerza un chischil, mientras otro dirige y toca al mismo tiempo el tambor y la flauta dulce.
A medida que transcurre la coreografía, los asistentes dirigen su mirada hacia las máscaras de los bailarines, un rostro con sus mejillas rosadas, bigotes y cejas doradas y ojos verdes. “La máscara representa un indio, aunque la imagen es de un hombre rubio y ojos claros. En estas máscaras sale a relucir el sometimiento racial”, se describió en el libro.
En la colección hay máscaras inexpresivas y otras un tanto terroríficas, en las que sobresalen grandes cuernos. Una de estas figuras que forman parte de la colección del Ihnca tiene dos serpientes rojinegras con puntitos blancos que enmarcan un rostro severo pintado de amarillo, con labios delgados y una dentadura recia.
“Por sus rasgos y cuernos podemos determinar que esta máscara proviene de una tradición africana, hay un trabajo de rasgos, vemos una salamandra, una serpiente, todo eso responde a una percepción del diablo, de la criatura demoníaca, con cuernos reales”, indicó Myriam Rivas, directora de Archivo Histórico del Ihnca.
En el libro se describe otra de las máscaras incorporadas como representación del dominio, diseñadas para los bailes de El Toro Venado, Los Diablos o Los Mantudos de León.
Irene López, directora del Centro Cultural de Folclore y Danza “Popol Vuh”, quien fue entrevistada durante la elaboración del libro Máscaras: La colección del Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica”, indicó que algunas de las máscaras utilizadas en nuestras danzas fueron introducidas por los africanos que habitaban en España y vinieron como esclavos de los españoles.
“Estos trajeron máscaras de diablos cornudos y apariencia espantosa que con sus desenfrenados movimientos y gesticulaciones epilépticas, personificaban el mal”, explicó.
Sus orígenes
El término máscara proviene del árabe “maskharah”, que significa bufonada, antifaz. Su uso se remonta a la antigüedad y se utilizaba con propósitos religiosos, ceremoniales y prácticos.
Muchas representaban seres mitológicos, retratos, figuras reales o imaginarias. En ciertos casos, simbolizaban el éxito de la caza, mientras que otros eran utilizadas para alejar las pestes y enfermedades.
“Es muy posible que su llegada (de las máscaras) a Nicaragua fuera a través de los españoles, ya que en nuestro país en este momento muy restrictivo y muy dentro de los tabúes religiosos e inquisitoriales, los carnavales y las mascaradas servían para ridiculizar, zaherir o criticar al gobierno, la nobleza o la religión, amparados por el anonimato de la máscara”, se indicó en la obra.
Margarita Vannini comentó que las máscaras producidas en Nicaragua eran utilizadas en teatros populares y para alfabetizar a la población.
“La colección que tenemos en el Ihnca te permite ver la destreza de quienes la elaboraban, se puede ver también la diferencia que hay entre cada una. Unas elaboradas con instrumentos de trabajo que permitían una técnica particular, mientras que otras eran mucho más rústicas y se ve que fueron trabajadas con machetes”, señaló Vannini.
Las máscaras, aunque no todas, conservan sus ojos de cristal originales, curiosamente hay unas que tienen unos agujeros situados en el entrecejo donde se suponía que la persona podía ver.
Durante el proceso de restauración, los expertos también lograron identificar algún tipo de insecto que estaba dentro de la madera.
“Los expertos hicieron un estudio del tipo de madera (utilizada para la fabricación de las máscaras), algunas en España no eran conocidas, tuvieron que mandar muestras a bancos genéticos para identificarlas”, comentó Vannini.
Algunas piezas llegaron con roturas por lo que el trabajo principal consistió en la consolidación de la pintura, la limpieza de la misma y la unión de las piezas fraccionadas.
“Hemos respetado al máximo la idiosincrasia de cada máscara, por tanto muchos de los repintes los hemos conservado, ya que forman parte de la historia y de las vicisitudes que han pasado a lo largo de su existencia. No nos olvidemos que son elementos vivos que pasan de generación en generación y que nos transmiten solo con su contemplación, sensaciones muy dispares”, comentó Carmen Pérez García, directora gerente de IVC.
El tratamiento de las máscaras llevó casi un año. Una vez finalizado, fueron expuestas durante un mes en el Ateneo Mercantil de Valencia en España para después ser trasladadas a la ciudad de Génova, Italia en 2011. Vannini señaló que en Nicaragua no se ha montado una exposición con una muestra de las máscaras porque esto implica bastantes recursos.
La directora del Archivo Histórico del Ihnca rescató la importancia que tiene las máscaras como patrimonio cultural, aunque también señaló que se necesitan realizar más estudios sobre el origen y a qué baile pertenece cada una de ellas. Expresó también que las técnicas para su confección han cambiado con el paso del tiempo, sin embargo, aún se conservan confecciones de la tradición original.
“Las tradiciones han evolucionado y eso se puede apreciar en la confección de las máscaras, la fineza de la pintura, ahora vemos mejor confección en la boca y la nariz, pero tenemos este vestigio de las tradiciones antiguas que nos habla de la técnica y el trabajo de los artesanos”, indicó Myriam Rivas.
A diferencia de lo que ocurre en otras tradiciones, en el caso de las máscaras de Nicaragua aún sigue plenamente viva la tradición de la elaboración de los mascareros, que reflejan que aún sigue asentada su confección original.
“El mascarero, no solo preserva una tradición centenaria, sino que mantiene vivas las distintas tipologías, atendiendo a las diferentes festividades. Pero como toda técnica tradicional, se observa en ella un proceso de reinvención en cada generación de mascareros, de manera que las máscaras con el trascurso de los años, se van modificando, se actualizan, en definitiva, se muestran como elementos vivos”, se explicó en el libro.
Máscaras de distintos materiales
Orlando Barrios
Con cedazos, madera y papel maché, artesanos de Masaya elaboran las máscaras que son usadas en todas las festividades populares. Erick Antonio Mercado es propietario de Creaciones Marlo, un proyecto de elaboración de máscara que inició hace 13 años. En principio hizo dos máscaras de papel maché y posteriormente elaboró tres docenas. Fueron vendidas y el proyecto arrancó.
Este joven monimboseño afirmó que este proyecto comenzó cuando estaba en la secundaria y tenía que participar en un baile, entonces comenzó a elaborar su propia máscara y sus amigos le dijeron que había quedado muy buena y desde entonces se aventuró a elaborar máscaras. “Para los agüizotes este año elaboramos1,300 máscaras”, detalló Mercado. Una de sus principales clientas es la tradicionalista Martha Toribio, coordinadora el torovenado El Malinche, a ella le he elaborado máscaras del viejo y la vieja, de la cegua y para el Baile de Negras”, aseguró Mercado.
Las máscaras más vendidas son las de la mocuana, la cegua y la llorona, entre otros. “Una de mis fuentes de inspiración es el libro Mitos y Leyendas del escritor Jaime Incer Barquero, pero también he investigado a través de Internet”, confiesa el artesano. El entrevistado recalcó que la obra de Jaime Incer Barquero fue su inspiración, porque en el libro narra cada una de las leyendas de los pueblos. “Por decirte algo la leyenda de la mocuana también tiene sus raíces en el norte, pero acá en Masaya tenemos la propia. Entonces son cosas que uno debe de comparar para saber cuán uno está aterrizado a estos mitos y leyendas”, dijo Mercado.