Una máxima autoridad española en filología, don Gregorio Salvador Caja —colega de muchas lides académicas y admirable maestro— me confió su pasión futbolística, futbolera para los nicaragüenses.
La ocasión fue nuestro encuentro como jurados, en agosto de 2009, del premio Cervantes 2010. Entonces me habló, y posteriormente me obsequiaría, su libro sobre el futbol, centrado en la Liga Española y aparecido en 2006: El futbol y la vida.
En el prólogo, Miguel Pardeza lo relaciona con cuatro obras: El futbol a sol y sombra y otros escritos (1995), del uruguayo Eduardo Galeano; El futbol: mitos, ritos y símbolos (1980), de Vicente Verdú; Una religión en busca de Dios (2005), del español (como el anterior) Manuel Vázquez Montalbán; y Dios es redondo (2006), del mexicano Juan Villoro.
Salvador Caja es uno de los pocos expertos de la lengua que se ha consagrado a la literatura deportiva, incluyendo el glorioso atletismo de su país. Así lo demuestra en su libro citado, que no es orgánico sino organizado, y consta de 141 páginas amenas y sabias.
Para don Gregorio, el futbol actual dejó de ser amateur y es, cada vez más, competencia obligada y fiera disputa, exigente de disciplina e intenso trabajo, de sacrificada entrega y estoicismo a todo dar. Para nuestro Pablo Antonio Cuadra, el futbol es una guerra, regida por una espada de Damocles: el tiempo; para Salvador Caja, una metáfora de la vida.
¿Cuál es la clave del éxito universal? ¿Qué oculta este juego para tener sentados, ante el televisor, a millones de seres humanos de toda edad y de ambos sexos, diversas culturas y creencias? La respuesta de Salvador Caja es la siguiente: “De todos los espectáculos posibles, deportivos o artísticos, el futbol es el que más se parece a la vida, el que más adecuadamente lo simboliza, casi un fiel trasunto de ella (…) Es azaroso como ella, nunca se puede predecir. Cabe que ocurra cualquier cosa en cada momento.
En un partido jamás se sabe lo que va a suceder; caen los más altos, cuando menos se piensa, y los más humildes pueden alcanzar un momento de gloria. Cualquier partido, como la vida, está siempre lleno de oportunidades malogradas y, a veces, hay alguien que agarra por los pelos su única ocasión.
Son frecuentes los resbalones y cuando uno se encamina velozmente hacia el éxito no puede faltar quien ponga la zancadilla. Lo que a unos alegra a otros entristece y siempre habrá alguien que disfrute con los tropiezos y torpezas del prójimo.”
Y agrega: “Cada cual ve el espectáculo desde su particular perspectiva y no hay manera de ponerse de acuerdo acerca de lo que está bien y de lo que está mal. El destino no nos puede parecer justo, ni tampoco los árbitros, y siempre es bueno tener a alguien que cargue con las culpas. Los que juzgan y los que gobiernan, que para eso están. El gobierno del equipo, su plan de actuación parece ser que compete al entrenador.
Y los entrenadores son seres, por lo general, inocuos e inermes, que vociferan desde una banda como si supiesen algo de ese azaroso vértigo embarullado que se desarrolla, ingobernable, ante sus narices. Juegan a cara o cruz, como todos lo hacemos con nuestros deseos y esperanzas, con la única diferencia de que a ellos, entrenadores y gobernantes, aunque pierdan, la cruz les suele resultar bastante llevadera. En el futbol como en la vida, solo hay una regla para valorar: bien está lo que bien acaba”.
Esta larga pero necesaria cita es, al mismo tiempo, sencilla y profunda. Por eso la compartimos y divulgamos. Como se ve, he optado por la grafía del vocablo fútbol, es decir: sin tilde en la primera sílaba. Esta forma es considerada válida por la Academia, pero da preferencia a futbol, que es “la normal en España” —aclara Manuel Seco en la novena edición de su Diccionario de dudas y dificultades de la lengua española (1986).
El Diccionario panhispánico de dudas (2005) reconoce la misma adaptación al español del anglicismo football con dos acentuaciones, ambas válidas. Y especifica que la acentuación llana etimológica es de uso mayoritario en España y en la mayor parte de América; y que la otra, o sea la nuestra, en forma aguda y sin tilde, se utiliza en México, Centroamérica y el Caribe.