“Escuchaba roncar al vecino, caminar al custodio, ruidos del otro pasillo. En esa prisión es tal el silencio que el oído se afina”, relata Flavio Sosa, un exdiputado que estuvo preso en el penal del que se escapó Joaquín “El Chapo” Guzmán sin que nadie aparentemente lo advirtiera.
Después de encabezar violentas protestas sociales en el estado de Oaxaca (sureste), Sosa estuvo encarcelado 10 meses en el penal de máxima seguridad del Altiplano entre 2006 y 2007, acusado de sedición, robo y secuestro, cargos de los que finalmente fue absuelto.
El político ocupó la celda 13 de “tratamientos especiales”, ubicada en el mismo pasillo que la 20, en la que hasta el sábado estuvo encarcelado Guzmán.
El líder del poderoso cartel de Sinaloa se fugó esa noche por un túnel de 1.5 kilómetros de longitud y 19 metros de profundidad escondido bajo el suelo de su ducha que conducía a una construcción aledaña al penal.
Ruido es perceptible
“El silencio es el lugar común de ese penal, cualquier ruido que rompa ese silencio es perceptible”, comenta Sosa a la AFP al ser interrogado sobre si un túnel de tal magnitud puede ser construido sin que sea percibido en el penal por sonidos o vibraciones.
Este líder social rechaza comentar sobre las fallas de seguridad que habrían facilitado la evasión de Guzmán, pero sí comparte que, en su experiencia, “cualquier movimiento sospechoso que hagas, llegan los guardias a llamarte la atención o a sancionarte”.
El área de “tratamientos especiales”, con espacio para 20 internos considerados de máxima peligrosidad, Sosa lo describe como “dos pequeños túneles que hacen un efecto de eco” mientras que las celdas son como una “tumba” con la puerta sellada y adentro una reja, que da una sensación de “estar enjaulado”.
Trabar relación con los guardias o reclusos para armar una red de complicidades que te permitan fugarte también le parece imposible al político, de 50 años.
Puntos ciegos
“Lo único que puede decir un preso es ‘sí señor’, ‘no señor’. Entre nosotros nos gritábamos, pero poco, de celda a celda. ‘¡Hola buenos días, cómo amanecieron, que Dios los bendiga!’, era el ritual de saludarnos todos los días por nuestro nombre”, recuerda Sosa al denunciar que los derechos humanos “son pisoteados” en el Altiplano.
Los alimentos son llevados a la celda, de la que los detenidos salen solo una hora diaria para ser conducidos a un “patio”, que en realidad es un cuarto de unos 18 metros cuadrados sin techo, pero con una malla metálica. “Se programan salidas individuales”, indica.
En “tratamientos especiales” las luces permanecen prendidas las 24 horas y las celdas son vigiladas con cámaras de seguridad que tienen dos puntos ciegos, en la zona de letrina y ducha, por la que Guzmán desapareció, como se observa en un video de la cámara de seguridad difundido por el Gobierno.
Seguridad, broma de mal gusto
Veinte puertas con barrotes de apertura eléctrica, laberínticos pasillos y un sinfín de cámaras y guardas separan el acceso al penal Altiplano I de la celda de Joaquín “El Chapo” Guzmán, donde el hedor y el silencio se filtran hacia el interminable túnel que le permitió escapar.
La calma, especialmente densa en el pabellón de “tratamientos especiales” donde está la celda, solo es interrumpida por la multitud de periodistas que por turnos entran estos días a la prisión de máxima seguridad para tratar de entender un poco más esa fuga de película.
Guzmán compartía ese pabellón, de 20 celdas, con otros 17 reos que asisten sin interés a una visita organizada por el Gobierno mexicano para mostrar el lugar a dos decenas de medios extranjeros y hacer un alarde de unas medidas de seguridad que parecen una broma de mal gusto ante la sorprendente fuga del delincuente.
Los reos visten todos de color caqui y apenas son visibles a través de las rejas. Los periodistas intentan observarlos y reconocerlos cada vez que la comitiva de seguridad que los acompaña, o más bien trata de controlar su curiosidad, se relaja un poco.
No en vano en el penal Altiplano I están recluidos Servando Gómez “La Tuta”, el peligroso líder de los Caballeros Templarios; Édgar Valdez Villarreal “La Barbie”, operador del cártel de los Beltrán Leyva, y José Luis Abarca, exalcalde de Iguala, acusado de la desaparición de los 43 estudiantes de Guerrero en septiembre pasado.
Un preso con el pelo canoso lee tranquilo unos papeles sobre un catre en la celda 15, a solo cinco metros de distancia de la marcada con el número 20, la de “El Chapo”, y más tarde llega por el pasillo otro reo de aspecto inofensivo, calvo y con algunos kilos de más al cubículo de al lado, custodiado por dos guardias.